15 noviembre 2006
Segundo cuento: Eternamente Yolanda
ETERNAMENTE YOLANDA
Querida Margarita:
Te escribo esta carta, aún sabiendo que nunca llegará mi voz a tus oídos. Pero si no hablo, estallo, y prefiero estallar en mil cartas a ti, que en sollozos en mi vida.
Tengo tantas cosas que contarte que no sé si podré hacerlo con orden. Mi mente va mucho más rápida que mi viejo bolígrafo, y no sé si lo que quiero decirte llegará a tu corazón directo del mío, sin el sucio intermediario que es este papel blanco.
Ante todo debo decirte que puede que no me conozcas cuando me leas, que creas que te habla otra persona y no la Yolanda que conoces desde pequeña, esa Yolanda que jugaba contigo a las cocinas en el portal de tu casa, o la Yolanda que, entre risas, te contaba el sabor de los besos robados a Alfredo, tan diferentes a los tuyos. Ahora, no me siento yo misma. No me conozco. Peino mis cabellos rubios delante del espejo sin que vea, en el brillo de mis ojos, a esa amiga tuya que tanto quiso a la vida. Toco mis pechos duros, no de pasión, sino de rabia la mayoría de las veces, y no siento esos latiguillos que barrían mi conciencia cuando estaba contigo y yo soñaba con que me los besabas en silencio. Ni siquiera noto como mía la risa que sale de mi boca cuando recuerdo los momentos pasados contigo.
Por eso, que no te extrañe no conocerme. Si no oyes mi voz, no te alejes. Piensa que hemos cambiado, que la vida ha hecho que seamos distintas a como éramos, y que, aunque la realidad es diferente, mi pasión por ti es imperecedera: tus risas y tus lágrimas jamás se borraran de mis intestinos, y tu pelo no perderá nunca el brillo caoba de mis ojos.
¡Cuánto te echo de menos, en esta tierra vacía de sol, vacía de aire fresco, llena de esa soledad negra que baña mis ojos, infectándolos con su vileza!.
Añoro cada momento que pasé contigo, con mi gente, en mi casa. Cada recuerdo es un pequeño pinchazo que va horadando poco a poco mis sentidos, aturdiéndolos. Me duele escribirte, pero más aún me dolería el no despedirme de ti. Porque sí, tú ya lo sabes, esta carta es una despedida. Una despedida cruel, lo intuyo, pero... ¡tan necesaria!.
Doce años son los que llevamos separadas. Doce años sin verte, sin tocarte ni sentirte. Más de cuatro mil amaneceres sin ti. Sin besar tu frente o tus labios, sin oler tu pelo, sin acariciar tu piel.
¡Y pensar que todo lo que te acabo de decir lo llevo rumiando tantos años!. Rumiándolo, sí, en silencio; comiéndome cada palabra que salía de mi pecho, negando cada pensamiento impuro (así los llamó Alfredo), observando en silencio mi soledad, asistiendo a las clases diarias en mi escuela con una desidia mayor incluso que mi deseo hacia ti. ¡Tantas veces he recordado lo mucho que te hecho daño!. ¡Tantas veces he llorado por tu vida destrozada por mi culpa!.
La pena ha hecho suyo mi corazón. He tenido que dejar de escribir porque las lágrimas inundaban la tinta azul, y mis ojos se resistían a seguir abiertos, contemplando el vacío constante de tu ausencia. Menos mal que tengo el mar frente a mi ventana, con su auxiliador color azul, envolviéndome la mente con una sábana blanca, pura, que convierte mi tragedia en ceniza mezquindad, que con la más pequeña brisa se escapa por la ventana.
Cuando algo se me antoja complicado, o los pesares atenazan mi garganta, me siento frente al mar y escucho como se dirige a mí y soluciona en un soplo mis problemas. Sin Él, estaría perdida. Perdida en la niebla de mi espera. En la oscura mirada de la gente que susurra a mi paso, que levanta falsas historias sobre mi llegada sola al pueblo. Sola vino, y sola se quedó. ¡Qué risa me dan las pobres que cuchichean a mis espaldas, sabiéndolas tan infantiles, tan ignorantes!. Nadie sospecha porqué la maestra está soltera, nadie imagina que por amor, nadie intuye siquiera que por amor a otra mujer... y aún así, ¡cuánto creen saber de mí!. Sola, creen que estoy sola, cuando yo siempre vivo junto a tu recuerdo.
Pero no debo dar tantos derroteros sobre la misma cosa. Por fin te he dicho que el tiempo no ha borrado mi amor hacía ti, así que no mezclemos lo que siento con las vulgaridades del mundo.
He recordado a Alfredo al mirar las fotos que guardo de ti. En una estamos los tres, él en medio, siempre tan posesivo, abrazándonos, mirando él a la cámara, y nosotras a él. ¡Es tan significativa esta foto!. ¿Cómo no nos daríamos cuenta de su egocentrismo hasta que fue tarde?. Primero me rondó a mí, lo hizo hasta que me tuvo, y después a ti, de igual manera, consiguiendo todo lo que se proponía. Aún recuerdo cómo me hizo el amor la primera vez. Bueno, la primera y la última. ¿Te acuerdas, verdad?. Él se creía tan macho, tan fuerte, que tenía que penetrarme a la primera embestida. Fue así como lo hizo, desgarrándome toda, haciéndome tanto daño que eliminó completamente el deseo, casi devótico, que pudiera profesarle esa noche. Recuerdo el verme allí, en aquel barranco, junto a su coche, sintiéndome tan sucia, tan dolorida. Y él no fue capaz de preguntarme siquiera qué tal, sino que se subió los pantalones y encendió su eterno cigarrillo.
"Te ha gustado, ¿verdad?". Afirmó, más que preguntó... Imbécil. Y pensar que aquella noche podría haber sido suya, enteramente suya...
Y sin embargo, cambié la historia cuando te la conté, ¿recuerdas?. Te dije que había sido maravilloso, que Alfredo me había estado besando durante horas hasta que la pasión acabó enloqueciéndome y por último, su enorme sexo me hizo al fin mujer. ¿Qué por qué te mentí?. No lo sé. ¡Tantas veces se convierte mi vida en mentira!. ¡Tantas veces suspiro por un aliento que no poseo, que se lleve con él la locura engañosa que me enajena!. Y sin embargo, caigo ante la vida sin luchar. Mi cobardía es más grande que mi pasión. No soy capaz de desenfundar mi alma, e intentar arrancar de mi corazón todo el odio que siento.
Por eso le dejé, porque le odiaba. Y más aún le odié cuando te sedujo con su risa, con su galantería tan bien fingida. Estuve contigo cuando te pidió salir. Te escuché cuando me contabas lo bien que lo pasabas con su compañía. Reí contigo con las primeras cosquillas de sus besos en tu garganta. Incluso lloré con tu primer encuentro con su sexo. ¡Cuánta pasión me trasmitiste al contármela!. Aunque ahora pienso que quizás fuese tan seca la experiencia como la mía, pero tu celo por él te impidiese decirme la verdad. También viví contigo su pedida de mano, e incluso me emborraché junto a ti en tu despedida de soltera. Esa noche la recuerdo especialmente. Quizás porque descubrí que te amaba, o quizás porque me encontré cara a cara con el verdadero Alfredo. Estuvimos prácticamente toda la noche en el bar de Luis. ¿Recuerdas?. Al poco de empezar la fiesta, tuve que salir a la calle a telefonear, y me encontré con Alfredo, que se dirigía a su fiesta. Nada más verle supe que debía hablar con él, contarle mis sentimientos hacia ti. Jamás me he arrepentido tanto de un acto mío. No debí de hablarle de sentimientos, de pasión, pues él pareció volverse loco. Me llamó de todo: puta, zorra, tortillera de mierda, y me dijo que me olvidara de ese amor impuro y que no me interpusiera jamás entre los dos, que tú te avergonzarías si supieras todo eso. Recuerdo que volví y me emborraché contigo. No podía mirarte a la cara, por el efecto de las falsas palabras del que después sería tu marido. Tú notaste mi frialdad, lo sé. Pero lo que no sé es sin notaste mis lágrimas al despedirnos en la puerta de tu casa. Creíste que me despedía hasta el día siguiente, pero han sido doce los años sin verte.
Pero dejémonos de recuerdos. Te debes estar preguntando por las razones por las que ahora decido escribirte, abrirte mi corazón y decirte lo que ya sabías. Es sencillo: ayer me llamó Alfredo. Su voz se quebraba constantemente. Me contó lo de tu accidente. No se explica qué hacías con el radiocasete junto al baño, y menos aún que antes escribieras mi nombre en el espejo con la barra de labios.
Una sonrisa ahogaba mis sollozos mientras me lo contaba, sobretodo cuando le pregunté qué cinta estabas oyendo en tu último baño. Se extrañó de la pregunta, lo noté. Fue al baño, no debía saber cuál era. Sin embargo, yo sí que lo sabía.
- Es una cinta vieja. De Pablo Milanés.
Eso fue ayer. Hace unas horas. He estado toda la noche pensando en ti, escribiendo mi carta. Ahora voy a dejarlo todo. Iré al baño para oír mi canción, Yolanda, escribiré tu nombre en el espejo con mi barra carmesí, y cuando Pablo cante
"Si me abandonas no voy a morirme,
si he de morir, quiero que sea contigo."
cuando suene esto, estaré contigo.
Muchos besos,
Yolanda.
